¿Qué significa el concepto de jesuitismo?

jesuita
 Fragmento del libro ¿Quiénes son lo jesuitas? del reverendo padre Ravignan publicado a fines del siglo XIX

El jesuitismo es un poder oculto, formidable invisible2, es uno de los poderes del estado3.

Son los pueblos sublevados, las tropas removidas, los ejércitos en marcha, los gobiernos derribados, los países esclavizados4.

El jesuitismo es la dominación universal: es una red de beatería, de absoluciones, de intrigas y de infamia que enlaza las familias, los individuos, las naciones5.

Es juntamente la moderación de los sentimientos, la energía secreta e implacable de la reacción, el cosmopolitismo sin entrañas6.

El jesuitismo es el imperio de las mujeres, el embrutecimiento de los niños; es la moral relajada, la piedad fervorosa, la complacencia inicua; es el tiranicidio mandado, el adulterio excusado7, la mentira, el robo, la blasfemia, etc., etc.8

Es también la política odiosa, es la influencia clerical: es la restauración, es su duración, es su caída: es la revolución de 1830, son las ordenanzas de julio9.

El jesuitismo es el hombre religioso, el católico fiel: es ir a misa, es tomar agua bendita; es confesarse, es el celibato de los sacerdotes, es el ultrasmontanismo10; es el espíritu de muerte11, es el autómata-cristiano12.

El jesuitismo son todas las pastorales de los obispos13,   —VII→   todos los actos del papado14, todas las reclamaciones de la libertad, todos los escritos opuestos a la universidad; es toda la prensa religiosa15.

El jesuitismo es todo lo que no se quiere, todo lo que se aborrece; es lo que hay de más infame y de más vil, de más fuerte y de más santo; es la Iglesia entera16.

¿El misterio está explicado? No.

¿Los que escriben estas cosas las creen? No.

Saben que carecen absolutamente de fundamento, y aunque son imposibles: no importa.

Pero gritan al jesuitismo, y esto les basta. Con el auxilio de este nombre evocan todos los espantos verdaderos o simulados de la muchedumbre ignorante o instruida: su objeto se ha logrado.

Y sin embargo, algunos hombres estimables se dejan arrastrar por estos clamores; sufren el yugo de las preocupaciones, y aumenta, aun a costa de lo que respeta, el concierto que se levanta de todas partes contra la verdad y la justicia.

Esto no hace sino aumentar el misterio.

El rústico de Atenas condenaba porque estaba cansado de oír siempre hablar del mismo hombre con entusiasmo por los unos, con desprecio por los otros.

Hoy cuántos hombres hay a quienes si se preguntase acerca de su oposición contra los jesuitas deberían responder: se dice de ellos tanto malo, se mete tanto ruido; yo quisiera no oír hablar más de ellos.

Pero yo preguntaré siempre con asombró y con tristeza, ¿cuál es, pues, ese increíble poder de un solo nombre?

De esta manera se da al mundo un espectáculo aflictivo: el reinado de lo falso. Un estado violento   —VIII→   y ficticio, un lenguaje que no significa la realidad, un nombre que ha llegado a ser la expresión del crimen y se aplica, lo diré sin temor, a la virtud; clamores ciegos; un arrebatamiento apasionado, ¡grandes palabras de adhesión a la Iglesia y a la libertad, y la Iglesia y la libertad pisoteadas! ¿qué más diré? todos los instintos de la impiedad, todos los impudentes ardores del cinismo dispertados al son de las protestas de respeto y amor a la religión: he ahí lo que vemos, lo que oímos, pero lo que ningún hombre serlo puede jactarse de comprender y explicar bien, como no sea verdad decir, que según las ideas y el fin de ciertos hombres, el jesuita del siglo XIX es el infame del XVIII.

¿Hay, pues, siempre un poder enemigo levantado contra la Iglesia y su creencia, y que para combatir necesite en ciertas épocas de un nombre inventado para infamar, de un grito engañoso para ultrajar, de un furor ciego para atacar todo lo que se quiere destruir?

Y cuando de la esfera de todas estas lamentables cosas revuelvo los ojos sobre mí mismo y mi conciencia, yo, religioso de la Compañía de Jesús, no puedo ya comprenderme: soy también un misterio.

En vano me examino, no comprendo mi existencia.

Yo no soy extranjero que haya pasado la frontera y venido a sentarme al hogar de la familia para esclavizarla y oprimirla; soy el hijo de la tierra que habito y que amo. He creído en la libertad religiosa de mi país: francés, he pensado que podía en la Francia católica, mi patria, lo que siendo inglés hubiera podido en Inglaterra, americano en los Estados Unidos; y aun holandés en Holanda; me he hecho jesuita.

Mis hermanos de los Estados Unidos, de Inglaterra y de Holanda viven libres y tranquilos; ¿por qué no lo estoy yo?

¿Cuál es la razón? Su país es libre; el nuestro no lo es. ¿Y por qué?

¡Todavía misterio!

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